Dos soles

 

DOS SOLES

El sol castigaba la tierra como nunca, esa tórrida tarde de Diciembre. Ese cuarto domingo de Adviento, las playas estaban colmadas debido a las altas temperaturas, que marcaba un record histórico. Desde temprano la genta masivamente se había acercado a la orilla del mar, tratando de refrescarse. Los primeros en arribar habían podido ubicar su sombrilla cerca de la orilla, el resto continuamente trataban de abrirse paso entre la muchedumbre amontonada a lo largo de la playa, para darse un chapuzón. Otros, una vez que llegaban al agua, permanecían largo tiempo sin salir. A pesar del calor el clima de la gente era festivo, típico de una sociedad concupiscente, discípulos lejanos de Epicúreo. Los cuerpos casi desnudos se rozaban al pasar, rivalizando las mujeres, mostrando sus líneas, esculpidas por cirujanos plásticos, modernos émulos de Miguel Ángel. La mayoría habían llegado a la siesta después de una noche de lujuria y alcohol.

El Sol había pasado el cenit en su rutinaria marcha al oeste, pero aunque sus rayos eran oblicuos, la intensidad del calor no disminuía. De repente la gente que estaba situada más cerca de la orilla empezó a murmurar, al poco tiempo se produjo un rumor creciente y todos empezaron a mirar hacia el agua. En el horizonte se divisaba sobre la superficie del mar, como una elevación del mismo. Lo que al principio parecía como una bruma extendida, aumentaba continuamente su altura. Debido a la distancia no se podía calcular la extensión ni la altura. La nívea bruma subía y  subía, hasta transformarse en una densa pared o especie de telón enorme. La gente hacía especulaciones sobre el extraño fenómeno, algunos decían que sería una condensación producida por el intenso calor, otros que sería un espejismo, otras versiones eran que sería un experimento hecho con una tecnología desconocida, los más temerosos se alejaron pensando que sería una especie de maremoto. Curiosamente el mar se mantenía calmo, con ausencia de grandes olas. Mientras la gente seguía observando lo que parecía un enorme cartel, en el mismo se produjo una imagen como de algo descendiendo raudamente del cielo. Fue fugaz por lo que muchos no alcanzaron a verla. A continuación para mayor sorpresa de la gente apareció una leyenda sobre el cartel que decía:

No teman los que esperaron y supieron mantenerse despiertos”

La leyenda podía leerse desde todas las playas, corroborada porque muchos llamaban a familiares o amigos que también la veían. Los que tenían cámaras fotográficas o con sus celulares, fotografiaron la leyenda. Pero se llevaron una sorpresa, la frase no quedó registrada. Los que tenían radio portátil escuchaban que el fenómeno había sido visto en todo el mundo, en cada lugar en el idioma del país, pero no quedaba evidencia registrada de la leyenda. La gente seguía mirando el cartel que bruscamente desapareció y el mar recuperó el oleaje. Hacían las más diversas conjeturas sobre el prodigio, estaban los que hablaban del accionar de extraterrestres; otros lo relacionaban con el apocalipsis, pero la mayoría frívola, comentaba que sería algún nuevo truco tecnológico para el lanzamiento de un nuevo producto para la satisfacción de esa ávida sociedad de consumo.

No se había salido del asombro del cartel, cuando en el cielo se divisó un punto luminoso que lentamente se dirigía de este a oeste hasta desaparecer. Cuando volvió había cambiado la dirección pero se lo veía más grande. Así sucedía aparecía y desparecía pero cambiando la órbita y aumentando la velocidad, se lo veía como un inmenso sol. La gente desconcertada, se daba vuelta para comprobar que el verdadero Sol todavía estaba a sus espaldas. Los que continuaban escuchando la radio comentaban que en todo el mundo se habían cancelado los vuelos, ordenando a los aviones que estuvieran volando, descender en aeropuertos cercanos. El objeto otra vez cambió la órbita y apareció otra vez por el este, ahora se veía que era alargado, pero sus destellos y resplandor no permitían tener una visión clara. En la siguiente aparición, parecía como una enorme ciudad que descendía de los cielos, era imposible mirarlo, su resplandor era mil veces más intenso que el de los relámpagos. Entre tanto los motores de los vehículos se detuvieron, las radios y celulares dejaron de funcionar. Un silencio sepulcral invadió el ambiente, todo parecía como suspendido, no había viento, los pájaros no volaban, el mar se mantenía calmo. La gente sintió que todo el cuerpo se les aflojaba y cayeron de rodillas. Se oyó al unísono.

¡Oh!, Dios Mío!

Pero ya era tarde para acordarse de Él.

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