El asesor

 

EL ASESOR

Cuando tenía dieciocho años, vine a estudiar a Buenos Aires una carrera universitaria; contrariando la voluntad de mis padres, que querían que lo hiciera en mi ciudad natal. Por esa época a Córdoba todavía le decían "La Docta".

Al principio me costó acostumbrarme a vivir en pensión, extrañaba la casa familiar en el Cerro de las Rosas, sobre todo cuando llegó el primer invierno. Añoraba la gran chimenea recubierta con piedras, traídas de La Rioja; en la que cada noche con la luz apagada disfrutaba ver el chisporroteo de los leños encendidos, despidiendo ese agradable olor a madera perfumada.

También las ricas comidas que hacía mi madre los domingos en la "cocina económica", alimentada con quebracho.

Fui cambiando de pensión, hasta que encontré una que funcionaba como una gran familia.

Como les había prometido a mis padres llegar a ser un diplomático de carrera, ingresé en la facultad de Derecho. Cursé dos años y aprobé las materias cursadas, siempre había sido un buen estudiante. Tiempo después conocí a Lisa una estudiante de psicología y me cambié de carrera. Dejé la pensión y me fui a vivir al departamento de ella. Mi concurrencia a la carrera de psicología duró lo que la relación con Lisa, un año.

Volví a la pensión y me puse a estudiar Ciencias Económicas. Por esa época, para no pedirle más plata a mis padres de la que me mandaban, hacía corretajes para mantenerme. Después conseguí empleos temporarios en agencias de trabajo.

Un día descubrí que mi vocación era ser periodista y me anoté en una escuela privada. No se piense que por cambiar de carreras, era un vago, todas las materias que cursaba no sólo las aprobaba, sino que también trataba de aprovecharlas, pensaba que todo conocimiento en algún momento podría ser útil.

Como lo que me mandaban apenas alcanzaba para pagar la pensión, conseguí un trabajo fijo en una escribanía. Mi preparación me permitió ganar un buen sueldo, lo que me permitía vivir con más holgura.

Por ese tiempo recaló en la pensión una portuguesa llamada Carlota con la que rápidamente desarrollé amistad. Cuando tuvimos mas confianza me contó su vida. Era hija única de una familia de clase media de Lisboa, su ciudad natal. A los quince años se había casado con un futbolista argentino que jugaba en un club de esa ciudad. Pero al vencer el segundo contrato, no se lo renovaron y decidió volver a su país. Aquí fue contratado por un importante club y parecía que todo seguiría su cauce normal. Al principio fueron felices, pero en su nuevo equipo la disciplina no era tan severa como en el club de Lisboa. El decía que tenía concentración y se iba a bailar con los muchachos a boliches frecuentados por bailarinas y modelos. Terminó enganchado con una y la dejó. Si bien él le pasaba para vivir, ella había iniciado un curso de peluquería, para tener algo seguro con que contar. Tiempo después habiendo finalizado el curso, consiguió trabajo en una importante peluquería en la Avenida Santa Fe, donde si bien el sueldo no era alto, ganaba mucho con las propinas.

La relación pasó con el tiempo de amigos a amantes y un día ella propuso que nos fuéramos de la pensión. Tenía todo planeado, alquilar una casa chica de barrio y en el garaje poner una peluquería. Me fui a vivir con Carlota y seguí trabajando en la escribanía hasta que me recibí de periodista.

Como le habrá pasado a muchos colegas, creí que al recibirme se me abrirían las puertas y me lloverían ofertas de trabajo. Pero pasaba el tiempo y no conseguía nada. Al no conseguir trabajo pensé en hacer periodismo independiente. Para eso tenía que tener mi propio espacio y desarrollar una temática novedosa. Pero no disponía de dinero para pagar el espacio, tenía que tener anunciantes, cosa que no resultaba fácil de conseguir. A un ex compañero que tenía su programa, le ofrecí participar como columnista. Él me aceptaría siempre y cuando presentara un enfoque original.

Después de meditar sobre el tema, se me ocurrió hacer periodismo de investigación. La idea era no ir detrás de los sucesos de actualidad, sino buscar lo que no salía a la superficie. Investigar hechos y buscar personas que merecieran ser conocidas. Partía de la idea que cada persona tenía una facultad desarrollada por encima del término medio y en algunas esa capacidad era superior pero no tenían oportunidad de hacerla conocer. Otros la tenían y no habían tomado conciencia y mi rol sería hacérselo ver.

El triunfador es aquel al que se le ha dado la situación propicia para destacarse. Pensaba cuantos Mozart, Beethoven, Gauss o Miguel Angel quedaron en el camino ignorados.

Conseguí algunas personas que reunían habilidades, pero al consultarlo con mi amigo me dijo que no eran suficientes para iniciar una serie y mantener el programa por unos meses. Me desanimó y desistí del proyecto.

La idea de buscar talentos afuera la volqué sobre mí, tratando de ver si tenía alguna cualidad que me diferenciara del término medio. Sobre eso meditaba cuando tenía tiempo, lamentaba no haberme destacado en alguna actividad.

Hasta que un día me di cuenta que tenía algo que no se daba frecuentemente en la gente, además de mi capacidad de buen observador, tenía la rara habilidad de encontrar la relación entre dos fenómenos que se producían independientemente en tiempo y espacio. Al principio lo tomé como un entretenimiento, esa capacidad me permitía darme cuenta de situaciones o procesos que permanecían ocultos para los demás. Fui aprovechando esa capacidad para analizar hechos que se producían en mi medio, el país o en el mundo.

Pude comprobar que eso me daba la posibilidad de anticiparme a las situaciones o resolver problemas. Le llevé la idea a mi amigo quién dentro de su espacio de una hora, me concedió diez minutos. La propuesta era:

"Su problema es nuestro, cuéntelo"

Lo que empezó tímidamente con algunos llamados, con el tiempo se transformó en un aluvión de consultas. Mi amigo consiguió más anunciantes y el programa se extendió a dos horas. De paso, comunicaba mi número particular de teléfono para aquellos que quisieran hacer una consulta en privado. El éxito fue tan grande que pude poner avisos en los diarios ofreciendo mis servicios a empresas que era lo que realmente me interesaba.

Como también tuve buenos resultados asesorando empresas, creí que había llegado el momento de tener oficina propia.

El trabajo aumentaba continuamente, por lo que Carlota puso una encargada en la peluquería y me acompañaba en la atención de los consultantes. Yo muchas veces tenía que ir a ver el problema "in situ" para poder resolverlo. Dividimos el trabajo, yo me encargaba de los casos empresariales y ella de los personales. Sin haber hecho mas propaganda, simplemente por el boca a boca las consultas aumentaban. Yo no quería que se transformara en un consultorio sentimental, por lo que ella era el filtro en la selección de los casos.

El caso más complicado que se le presentó fue el de Nicasio, un individuo que quería viajar a la Luna. Ella lo citó para el día siguiente para poder consultarlo conmigo. En la charla que tuvimos en la noche le sugerí a Carlota que si volvía , le dijera que por el momento no era posible. Al día siguiente Carlota dijo que el hombre insistía. Le indiqué que preguntara por qué se le ocurría acometer semejante aventura y que se haría las averiguaciones pertinentes para ver si era posible su realización. Alguien diría que lo mas acertado era haberlo mandado a un psiquiatra, pero Carlota decía que fuera de eso el hombre tenía un razonamiento muy lógico.

El hombre le había contado que en un tour que había hecho recientemente, durmiendo en un hotel de Santa María de Catamarca ubicado en la montaña, se despertó a la madrugada oyendo ladridos de perros, cercanos y lejanos. No podía precisar si lo despertaron los ladridos de los perros o un sueño que tuvo en el que una voz le decía que había sido elegido para viajar a la Luna. No le dijeron cómo, pero él tenía que averiguarlo. Desde entonces eso para él se transformó en una obsesión.

A la noche le sugerí a Carlota que si volvía le hiciera llenar una solicitud y le dijera que se la enviaríamos a la NASA, que eso era todo lo que podíamos hacer por él.


Cuando juntamos una importante suma de dinero, compramos un local de almacén en La Paternal cercano a la Avenida San Martín. Era una casa vieja, de mitad de cuadra con vivienda y un buen fondo que daba al pulmón de manzana.

Yo tenía el deseo de darle una denominación apropiada a mi actividad, la que creía que era original. Como mi tarea era solucionar problemas me autodenominé;

SOLUCIONÓLOGO

En la puesta a punto del local me ayudó mucho Carlota quien demostró tener habilidad como letrista y vidrierista.

En una de las vidrieras escribió mi nombre y abajo grande Solucionólogo, casi al pie una leyenda decía:

"Encontramos solución a todos sus problemas“.

En la otra vidriera estaba detallado a quién ofrecíamos los servicios. Figuraban empresas, instituciones, políticos, directores de organizaciones, técnicos de futbol, y cualquier individuo que tuviera algún problema personal que no pudiera resolver.

Cerraba la lista una leyenda que decía:

"Todo problema tiene solución, si no tiene solución no es un problema"


El trabajo aumentó tanto que tuvimos que poner una secretaria, quien me derivaba los problemas de organizaciones y los personales a Carlota.

Si bien comunicamos el cambio de domicilio solo a empresas, organizaciones, instituciones y no a los que habían consultado por problemas personales, no sabemos cómo, Nicasio se enteró y apareció en la oficina. Venía a enterarse de la respuesta de la NASA, consideraba que era una institución seria y no dejaría sin contestar una nota. Para sacárselo de encima Carlota le dijo que había consultado un gestor que iba a Estados Unidos y le dijo que la nota probablemente no la contestaran, que había que solicitarla personalmente, él se encargaba para hacer la gestión pero pedía una alta suma de dinero para iniciar el trámite. Nicasio preguntó a cuanto ascendía la suma y sin hacer ningún comentario se despidió.

Mientras Carlota me comentaba los casos del día para analizarlos y que yo le diera una solución, festejaba la ocurrencia que había tenido con Nicasio.

La alegría le duró poco, al día siguiente Nicasio apareció con la suma pedida y la puso sobre la mesa. Lo primero que intentó Carlota fue rechazarla, entonces él sacó otro fajo de dinero lo puso sobre la mesa avisando que regresaría al otro día con más dinero de ser necesario.

A la noche Carlota algo asustada me pidió que encontrara alguna solución. La tranquilicé y le dije que tratáramos de ganar tiempo, que cuando volviera le indicara que tenía que traer un certificado médico que lo autorizara a viajar a la Luna. Si el médico certificaba su salud psicofísica, tenía que buscar un gimnasio de alta competencia para prepararse para el viaje. Cumplido esos pasos debía concurrir una vez por mes a la oficina para controlar su evolución.

Pocos días después, Nicasio apareció diciendo que ningún médico quería darle ese certificado y que le indicáramos uno nosotros. Carlota tuvo la ocurrencia de decirle que por ética la empresa no recomendaba profesionales, pero que por lo menos consiguiera un certificado que lo autorizara a practicar gimnasia para alta competición y que una vez que lo tuviera se presentara en un buen gimnasio.

Sentíamos una sensación molesta, porque no éramos vendedores de ilusiones, pero a Nicasio no era fácil sacárselo de encima, Carlota lo había intentado pero él le había dicho que respetáramos el lema de la casa.

Cada mes se presentaba, para mostrar sus progresos en el gimnasio y se lo veía muy ilusionado y ahora éramos nosotros los que teníamos un problema, ¿Cómo no desilusionarlo?

Le indiqué a Carlota una serie de sugerencias para las próximas visitas, esperando que se me ocurriera algo mejor.

Volvió en los primeros días de Enero, Carlota le indicó una serie de ejercicios de meditación. Todas las noches debía concentrarse y decir: quiero ir a la Luna. Las noches de Luna llena, debía sentarse mirándola repitiendo el mantra cien veces. Que observara el calendario y para la última Luna llena del año se presentara en la oficina a las ocho de la noche.

Sin lugar a dudas fue el caso más difícil que tuvimos y me hizo ver que no era infalible y estuve a punto de abandonar la profesión.

Nos tomamos unas vacaciones en Hawai y en ese lugar paradisíaco por un mes nos olvidamos de todo. Cuando volvimos renovados, tuvimos un año de mucho trabajo. Se nos pasó el año volando y llegamos a fin de año con ganas de tomarnos un descanso.

El último día laborable estábamos por cerrar la oficina, cuando apareció Nicasio recordándole a Carlota que le había dicho que viniera para la última Luna llena del año.

Entonces intervine yo y le dije que esperara en el local hasta que lo llamáramos.

Carlota asustada me preguntó qué se me ocurría hacer. Me quedé meditando y le dije a las nueve lo haremos pasar al jardín. No quería reprocharle a Carlota por no haberlo rechazado en la primera consulta. Ahora había que buscar una solución. Carlota tenía miedo que nos demandara por estafadores, yo la tranquilizaba diciéndole que no le habíamos dado seguridad de satisfacer su demanda. Nuestra actuación fue enviarle una nota a la NASA para que fuera tenido en cuenta cuando reclutaran voluntarios, esperando respuesta de la misma.


Como había contado la casa tenía un amplio fondo que daba al pulmón de manzana, que en esa zona de la ciudad, como las cuadras son muy largas, se forma en el medio de la manzana un amplio sector despejado, que nos sería muy útil en este caso.

Me senté en la galería y contemplé el cielo, estaba totalmente despejado y la Luna llena en su esplendor. Le dije a Carlota que pusiera una silla en el medio del jardín y luego lo hiciera pasar a Nicasio.

Lo hice sentar en la silla con la cara dirigida hacia la Luna pero con los ojos cerrados y le hice la siguiente indicación, que repitiera lentamente mil veces el siguiente mantra:

"Señor quiero ir a la Luna"

Carlota que seguía muy preocupada, quería saber qué le ordenaría después, pero la dejé con la duda.

Había pasado un largo rato, probablemente Nicasio ya estaría cerca de completar su oración, cuando mirando al cielo me pareció como que había dos Lunas. Le iba a comentar a Carola si ella veía lo mismo, pero no hizo falta se había quedado con la boca abierta. Lentamente la segunda luna se fue separando y al mismo tiempo aumentando su tamaño, parecía que se acercaba a nosotros. Nos quedamos paralizados mirando el suceso, se nos fue apoderando del cuerpo de una rara sensación como de desgano, pesadez, anestesia de los miembros. De repente de la aparente luna, se desprendió un enorme rayo de luz, que a medida que bajaba se ampliaba, era compacto parecía como una luz sólida. Hubo un gran resplandor que nos hizo cerrar los párpados, se sentían muy pesados.

Cuando pudimos abrir los ojos, la luz había desaparecido y solo quedaba la silla vacía en el jardín.

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