¿Están entre nosotros?

 

¿Están entre nosotros?

El hombre entró alterado y hablando rápidamente, con cara de persona muy asustada. Dijo que quería hacer una denuncia y el oficial se dispuso a tomarle declaración. Yo me fui a una sala contigua con el comisario, pero ambos nos quedamos escuchando el relato. Se identificó como Evaristo Arzán, Especialista en Higiene y Seguridad Industrial.

Yo trabajaba en una industria química con mi compañero y amigo Rosendo Ovejero, geólogo y técnico en higiene y seguridad. Hace ocho meses la empresa nos comunicó que se iba a trasladar a Brasil; nos dieron la opción de seguir con el mismo cargo en la nueva sede o caso contrario indemnizarnos. Optamos por el despido y a partir de ese momento empezamos a buscar un nuevo trabajo, sin resultado. Un amigo nos sugirió tentar suerte en Neuquén y ofrecernos en empresas petroleras o mineras. Como hacía un año que me había divorciado y mi amigo, los únicos parientes que tenía, que eran sus padres, habían muerto, la idea nos pareció viable. Nos dirigimos con mi auto a la ciudad de Neuquén, una vez allí publicamos un aviso en un diario local ofreciendo nuestros servicios, dejando los números de nuestros celulares. Dos días después recibí un llamado del representante de una empresa denominada Andes Geological Corporation, en el que nos citaba en Zapala para el día siguiente. Una vez llegados al lugar nos alojamos en un hotel. A la mañana siguiente, a la hora convenida, concurrimos a la dirección que nos habían dado. Recibimos una sorpresa porque se trataba de un café. Nos paramos desconcertados en la puerta, pero el hombre nos individualizó enseguida y nos invitó a sentarnos. Percibiendo nuestra extrañeza, nos explicó que la empresa estaba cerca de San Martín de Los Andes y que nos hacía una entrevista previa, para ver si encajábamos en el perfil de personal que la empresa buscaba. La charla fue informal, por momentos me pareció que estaba muy interesado en Rosendo. Finalmente nos dio las señas dónde ubicar la empresa. Salimos de Zapala al día siguiente, cuando llegamos a un punto donde había un cartel que indicaba hacia Aluminé, tomamos en sentido contrario. El camino era muy solitario, después de una hora de marcha, no habíamos cruzado ningún vehículo. Esa soledad impresionaba a Rosendo. El sol parecía más intenso que nunca, sus rayos encandilaban. De repente el motor se detuvo, trataba de darle arranque pero sin resultado, creyendo que fuera la batería, dejé la llave en contacto y le dije a Rosendo que bajara a empujar el auto. Pero apenas abrió la puerta y salió, pegó un grito, una fuerza extraña lo llevaba hacia arriba. Mirando por el parabrisas, lo veía gritando y agitando los brazos, era como succionado, al mismo tiempo el auto empezó a vibrar cada vez más fuerte. Me aferré con las dos manos al volante, no podía hacer nada y trataba de entender el fenómeno. Mi mente empezó a funcionar velozmente, se me ocurrió que una fuerte tormenta en la superficie solar había generado un poderoso flujo electromagnético que atraía a mi amigo. Pensaba que si era atraído hacia el Sol moriría calcinado. Pero corregí esa especulación porque seguramente primero moriría de frío, aunque pensaba que estaría inconsciente porque seguramente primero sufriría hipoxia. De repente todas ésas especulaciones me parecieron inconsistentes, ya que si era atraído por una poderosa fuerza electromagnética, tendría que haber actuado sobre el hierro de la hemoglobina, en ese caso hubiera dejado de respirar y hubiera muerto enseguida, sin embargo, hasta donde lo vi agitaba los brazos. Perdí la noción del tiempo enfrascado en esos pensamientos cuando de golpe el motor empezó a funcionar, sin que yo le diera arranque y el auto dejó de vibrar. Entonces me animé y bajé un poco la ventanilla de mi lado, saqué la mano y al no percibir nada, la bajé un poco más y saqué el brazo, al no tener ninguna sensación, bajé para cerrar la puerta del acompañante. Lo primero que observé fue que no sentía la intensidad solar que había unos minutos antes y me sorprendió que el Sol estuviera varios grados hacia el Oeste. Miré en dirección opuesta y vi un enorme disco de aspecto metálico, que se alejaba hacia el Este, primero lentamente, luego se detuvo y subió en forma vertical desapareciendo. Me quedé maravillado, pero sin saber qué hacer, me senté en el auto, la radio volvió a funcionar, pero no había ninguna noticia sobre el fenómeno que yo había presenciado. Llegué a la conclusión que había sido abducido, pero no podía quedarme ahí esperando. Me dio miedo seguir adelante y decidí volver a Zapala.”

Cuando terminó el relato, el oficial le dijo que pasara a otro ambiente donde había un camastro y que esperara allí.

Habían pasado cerca de dos horas, Evaristo se había puesto ya muy ansioso, cuando apareció el comisario, con otra persona a quien presentó como el fiscal a cargo del caso. Un hombre muy joven, hacía muy poco que había llegado al lugar, vivía solo y no se le conocían amistades, en fin era un “lobo solitario”. Era de complexión atlética, muy alto y algo arrogante. El comisario le comunicó que ni la Municipalidad de San Martín de los Andes ni la policía tenían conocimiento de una empresa con ese nombre, que las señas que tenían para encontrarla correspondían a un descampado. Por otra parte el dueño del café donde se había hecho la entrevista, sólo recordaba que tres forasteros habían tomado un café y conversado un rato. El fiscal quería hacer una inspección “in situ” del incidente y en forma displicente dirigiéndose al Comisario dijo: “supongo que usted no da crédito a esta fabulación, es propio de gente sugestionable creer en platos voladores”.

Nos trasladamos al lugar donde supuestamente habían sucedido los hechos. Evaristo con su auto, acompañado del fiscal y un oficial y en un patrullero, el comisario, un fotógrafo y yo. Cuando llegamos, bajamos todos buscando algún rastro significativo. El comisario y el fiscal hablaban entre ellos. Este último insistía en la necesidad de dejar a Evaristo demorado y pedir información a Buenos Aires sobre antecedentes de los dos. “Puede haber urdido la historia para eliminar al compañero”. Miré a Evaristo y me di cuenta que los había escuchado, su rostro mostraba la angustia y desazón de alguien al que no se le ha creído. El fiscal seguía con sus comentarios despectivos diciendo, “no podemos dar crédito a su historia, además si fuera cierta, tampoco podríamos publicarla como real, no se puede dar crédito a esas fantasías. De última podemos registrarlo como una alucinación, producida por la intensidad de los rayos solares. Pero seguirá demorado hasta que vengan los informes de Buenos Aires”. Antes de iniciar el regreso, el fiscal se alejó diciendo que quería tener un registro más amplio. Evaristo miró al cielo y vio acercarse el disco, pegó un grito y corrió hacia el auto, los otros y yo lo imitamos. Pero el fiscal no lo hizo y siguió alejándose. Intentamos poner el auto en marcha para acercarnos y recogerlo, pero fui inútil el motor estaba muerto. La luz era tan intensa que obligaba a cerrar los ojos. Cuando el disco desapareció, pudimos arrancar y fuimos a buscarlo. Revisamos varias veces el lugar pero no logramos encontrarlo.

De regreso a la Comisaría, el silencio se adueñó de nosotros y así permanecería por mucho tiempo, aunque nuestras mentes no dejaban de darle vueltas a la situación. Las preguntas se agolpaban,”¿fue casualidad?, ¿por qué aquí?, ¿por qué ahora? ¿por qué no todos?”

¿Por qué el fiscal, al que nadie conocía y había insistido tanto en ir al lugar, se había alejado de nosotros?





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