Mutación

MUTACION

Había llegado a esa casa como consecuencia de un intercambio temporario que había realizado.

En un congreso de escritores había conocido a Magdalena, ella me había comentado que tenía una casa en las sierras donde pasaba las vacaciones, pero que las próximas, le gustaría pasarlas en la playa junto al mar. Yo le dije que me sucedía lo contrario, que tenía departamento frente al mar, pero que el próximo verano tenía ganas de pasarlo en las sierras. Ella me propuso un intercambio y yo lo acepté inmediatamente. Cuando llegó el verano, Magdalena me acompañó para instalarme en la casa. Me explicó el funcionamiento de la misma, recomendándome el cuidado de un gato llamado Federico. Le pregunté quien atendía al gato cuando ella no estaba y me dijo que se atendía solo, pero el se sentía el dueño de la casa, y cuando había alguien en la casa sabía que se iban a ocupar de él.

La casa estaba en lo alto de la sierra, bastante alejada del pueblo, se llegaba por un angosto camino de tierra. No tenía servicios centrales, el agua la proveía un molino, la electricidad un pequeño grupo electrógeno y el gas era de garrafa. Faltaban detalles de confort, pero por su ubicación tenía una excelente vista. Para algunas personas, tanta soledad podría generar miedo, pero no era mi caso, por algo mi madre me había puesto de nombre Ulises. Tengo un carácter aventurero, a veces temerario, me gustan las emociones fuertes, pero tengo mi “ángel de la guarda”, que siempre me acompaña, una pistola de grueso calibre. La finca tiene un terreno de media hectárea, delimitado por un cerco de añoso ligustro de más de tres metros de altura. Cerca del fondo había una mesa de mármol con bancos, sombreados por una frondosa morera, lugar que elegí para sentarme después de la siesta a leer o escribir. Paralelo al ligustro, había un cordón de diversas plantas que formaban un sendero de un metro de ancho. Por ese sendero sombreado se paseaba Federico yendo y viniendo. Como soy metódico, siempre iba a las cuatro y a esa hora aparecía el gato. Al principio no le presté atención a sus idas y venidas, pero un día que llevé el termo, mientras cebaba el mate, observé que cuando llegaba a determinado punto, el gato se detenía y me miraba. Intrigado me levanté y fui a ver que había y descubrí en la tierra un orificio de unos cuarenta centímetros. Cerca del orificio había una hermosa flor que nunca había visto, por lo que fui a buscar mi cámara fotográfica para registrarla y averiguar su nombre. Desde ese día el gato no se paseó más por el sendero y solo aparecía a la hora de comer. En los días siguientes cuando leía y miraba la flor, me parecía verla cada vez más grande, por lo que le sacaba una foto, siempre desde la misma distancia. Un día mientras enfocaba la flor, apareció un animal que se quedó mirándome y pude sacarle dos fotos antes de que desapareciera en la cueva. Después al mirar las fotos no pude identificarlo con ningún animal conocido. Sería un poco más grande que una nutria, sus extremidades terminaban en cinco dedos parecidos a los humanos, tenía ojos grandes, vivaces, de mirada de animal inteligente. Decidí enviarle las fotos a Sonia, una bióloga rusa radicada en el país, poco tiempo después que desapareciera la Unión Soviética. Había conocido a Sonia dos años atrás en un tour por los Valles Calchaquíes. Había trabajado como bióloga y como astrónoma en Rusia, dos disciplinas que dominaba perfectamente. En nuestro país, había conseguido trabajo en un laboratorio de investigación farmacológica. Tiempo después recibí un mail de Sonia que me informaba que tanto la flor como el animal no figuraban en el registro de especies conocidas. Decidí informarle a Magdalena el descubrimiento, quien decidió venir a ver las novedades comunicándome que no me preocupara por la casa ya que ella se quedaría en lo de sus padres, aunque atenta a las novedades que surgieran.

Cuando llegó Magdalena, se sorprendió al ver el crecimiento del pasto y de las plantas, llamó al jardinero quién afirmó que lo había cortado unos días antes de mi llegada. Nos contó que cuando vio el orificio, empezó a sacar tierra con una azada y descubrió una enorme cueva que bajaba en leve pendiente y que no quiso internarse más y se dedicó a cortar el pasto.

Magdalena, que era amiga del intendente del pueblo lo llamó para mostrarle el hallazgo. El mandatario concurrió junto con una cuadrilla de la municipalidad para que recorriera la cueva. Cuando los hombres salieron dieron su parecer: se trataba de un túnel de dos metros de ancho por dos de alto, pero no podían precisar a qué distancia se extendía. Como nunca había sido zona de actividad minera ni de caleras, al intendente le resultó extraño. Rápidamente el hecho tomó estado público y era motivo de las más diversas conjeturas. En la costa, Magdalena fue entrevistada por diversos medios, remarcando la existencia de flores y animales raros. Alguien deslizó la posibilidad que fuera un túnel que se extendiera por el continente y el comentario rápidamente fue difundido en todo el mundo. Poco tiempo después Magdalena recibió la llamada de un francés solicitándole una entrevista. Cuando se encontraron, el hombre se presentó como espeleólogo interesado en explorar la caverna. Ella me llamó por teléfono para ver si yo estaba de acuerdo antes de aceptar la propuesta. Días después apareció en la finca con el francés y tres acompañantes. Una vez que nos presentó, después de un intercambio de pareceres especulando sobre el origen de la caverna, el francés eligió uno de sus acompañantes para iniciar un reconocimiento de la misma, La noticia de la llegada de los franceses alborotó al pueblo cercano y concurrió el intendente, el comisario y por supuesto periodistas locales y de otros lugares. Después de una hora los exploradores salieron, diciendo que era interesante pero tenían que recorrerla más. El francés que manejaba el grupo, se puso hablar animadamente con su gente y a una orden de éste cargaron el considerable equipaje que habían traído e iniciaron el descenso. Antes de descender el francés dijo que iban a tardar mucho tiempo, que estaban preparados para una extensa recorrida, que no nos quedáramos esperándolos. Repitió varias veces no nos esperen. Cuando el francés desapareció, el comisario le dijo al intendente, parecía que nos estaba echando. La impresión que dieron era que mostraban tanta seguridad porque sabían lo que hacían.

Unos días después un taxi trajo a Sonia, quien comentó las quejas del taxista porque los pastos habían invadido el camino. Después de hablar de la extraña flor y el raro animal, era evidente que lo que más le interesaba a Sonia era el tema de la cueva. Se lamentó por no haber podido ver a los franceses antes que éstos se internaran en la caverna. Desde el día que llegó Sonia empezó a llover, de día no podíamos salir de la casa y nos pasábamos hablando de lo que a mí me interesaba. Pronto me di cuenta que Sonia estaba muy obsesionada con la cueva. La noche siguiente después de la cena, ella estuvo locuaz y habló de sus experiencias en Rusia. Contó leyendas que aún corren en Asia Central, sobre profundos túneles que se extienden por todo el mundo y sobre fabulosas ciudades subterráneas. Ella suponía que los franceses estaban al tanto de esas leyendas por eso mostraron tanto interés en su exploración. Como debido a la lluvia permanecíamos en la casa, hablábamos sobre los franceses y su rara actitud, especulando sobre qué podrían saber, para estar tan seguros de la aventura que emprendían. Al séptimo día cuando dejó de llover, al salir de la casa recibimos una fuerte impresión al ver como había crecido el pasto y las plantas. Parecía que el entorno de la casa se había transformado en una selva. Con mucha dificultad fuimos hasta el molino, tratamos de traer agua en todas las vasijas disponibles, porque veíamos trepadoras que subían por el molino y en cualquier momento lo podrían inutilizar. Empecé a preocuparme porque nos íbamos quedando sin combustible y el camión no aparecía, lo que equivalía a quedarnos en poco tiempo sin electricidad .La llegada de Sonia fue providencial, frente a los acontecimientos hubiera sido opresivo quedarse sólo, con ella no sólo tenía diálogos, además era interesante lo que contaba.

-En Rusia quise ser arqueóloga, pero a veces tenía pesadillas en las que explorando unas ruinas subterráneas, quedaba atrapada en un pasadizo y no podía salir. Por eso primero estudié biología y después astronomía.

-Pero. ¿Por qué lamentaste no encontrar a los franceses, si sentís miedo a explorar una cueva?

-Siempre se produjo en mí una fuerte lucha entre el deseo de investigar y el temor a la profundidad de la tierra.

-¿Qué es lo que querías investigar?

-En mi juventud había leído autores como Ferdinand Ossendowski, Bulwer Lytton, Constantine Roerich, Raymond Bernard, que hablaban de fabulosos mundos subterráneos y soñaba con organizar algún día mi propia expedición al Asia Central.

-Uno cuando lee, se deja llevar por la fantasía de emprender aventuras, pero la realidad después nos pone límites. Como no pude explorar el interior de la Tierra, me dediqué a contemplar el exterior, que me resultaba más accesible.

-Sin embargo aquí te dedicaste a la investigación en un laboratorio.

-Sí, porque fue lo único que encontré.

-Pareciera que el miedo a internarte en la profundidad de la tierra fue más fuerte que tu vocación.

-Creo que no sólo a mi debe pasarle, hoy conocemos más sobre el Universo que sobre el interior de nuestro planeta.

-Tengo que informarte que nos estamos quedando sin combustible y en poco tiempo nos quedaremos sin electricidad. Te propongo seguir mañana la conversación.

-Si, por eso aproveché para cargar el celular.

-Dejo algunas velas y fósforos y propongo que nos acostemos para ahorrar lo poco queda.

Al día siguiente al despertar tomamos la decisión de abandonar la casa, pero al subirnos a la terraza para otear el paisaje, comprobamos que la lluvia había hecho crecer más aún los pastos y las plantas. Había desaparecido el camino, en todas direcciones se extendía una intricada marea verde, sería imposible guiarse en esa maraña. Hacía rato que el celular se había quedado sin señal.

- Si nos quedamos vamos a morir de hambre o de sed – dijo Sonia.

- Pero si nos vamos no encontraremos el rumbo, terminaremos enredados en ese laberinto vegetal. Estamos entre Scilla y Caribdis.

-No, peor aún. Hay una tercera amenaza que viene de arriba. En mis años de astrónoma seguí el comportamiento de una estrella que emite rayos gamma.

-Pero. ¿No es la explosión de una gran nova, la que emite esos rayos?

-Si, es cierto. Pero también lo hacen algunas estrellas. Estaba investigando la estrella WR104, que está a ocho mil años luz de distancia y que podría convertirse en supernova, cuando descubrí otra que está a treinta mil años luz, que emite rayos gamma en forma intermitente y que apunta hacia nosotros. Siempre me pregunté qué pasaría, si en algún momento la atmósfera terrestre no lograra neutralizarlos, como hace habitualmente. Esos rayos son mutagénicos y cancerígenos, sus efectos se sentirían en el área del planeta que los recibiera.

-Si desde siglos estamos recibiendo esa radiación, se me ocurre pensar, que podría tener que ver con la causa del cáncer.

-Es posible. Y ahora por algún motivo se focalizó en esta área.

-El crecimiento alocado de la vegetación que observamos, pudo haber sido generado por la acción de esos rayos.

-Entonces pareciera que nos queda sólo elegir, de qué manera queremos morir. Salvo…

Miré hacia la entrada de la caverna, Sonia se levantó y por el brillo de su mirada me dí cuenta que su temor había desaparecido y nos enfrentaríamos a la mayor desición de nuestras vidas.



 

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