Unidos en el sueño

 

UNIDOS EN EL SUEÑO

Los ascensores se demoraban en venir. Finalmente apareció uno cargado con muebles y me di cuenta que serían para el departamento vecino que hacía tiempo que estaba desocupado. Pensé que, después de tanto tiempo, al fin se ocuparía, sentiría ruidos y señales de vida del otro lado, que ayudarían en la noche a sentirse acompañado...

Me fui para el trabajo pensando qué clase de vecinos lo habitarían; si tendrían chicos, perros o gatos.

A la noche, al rato de haber vuelto del trabajo, tocaron el timbre, miré por la mirilla y vi una esbelta mujer, supuse que sería la nueva vecina.

- Buenas noches, me llamo Libia – se presentó.

- Mucho gusto, Albérico.

- Quiero pedirle un favor. Me mudé esta mañana. Se quemó la lámpara de la cocina, ¿tendría una escalera para prestarme?

- No, pero tengo un escabel con el que siempre me arreglo; si me permite, se la cambio.

Me agradeció la ayuda y juntos nos dirigimos a su departamento.

Al pasar vi que estaba abierta la puerta del dormitorio y observé la disposición de los muebles; la cabecera de la cama apoyaba sobre la pared que daba a mi dormitorio, sobre la cual yo también tenía apoyada la cabecera. Para decir algo le comenté:

- Veo que tiene la cama apoyada contra la mía, vamos a dormir cabeza a cabeza separados por la pared, la diferencia es que usted va con la cabeza hacia el Este y yo con los pies.

- ¿Tiene importancia eso?

- Creo que sí –respondí..

Habiendo terminado mi servicio y ya en el palier, mientras hablábamos, pasó una vecina, la chica del 5ºA.

- ¡Qué mirada rara nos dirigió esa chica al saludar! -señaló Libia.

- Es Graciela, tiene dieciséis años, vive con los padres -dije para restarle importancia al asunto.

Ofreciéndole mi ayuda para cualquier otra cosa que necesitara, nos despedimos.

Mientras me preparaba la cena, pensé que debía haberle preguntado si vivía sola, ¿ sería soltera, casada, separada o viuda?


Al día siguiente al despertarme reparé que había soñado con la nueva vecina. En el sueño ella me decía: “escúcheme, escúcheme”. Me quedé intrigado.

Al salir la encontré esperando el ascensor. Intercambiamos saludos y mientras hablábamos, me enteré que tomaba el tren a la misma hora que yo. Fuimos caminando a la estación de Vicente López. Como de costumbre a esa hora el tren arribó completo y viajamos de pie, no pudimos conversar mucho.

Durante los días siguientes seguí soñando con ella y me decía lo mismo, “escúcheme” y algo más que no entendía.

A la mañana nos encontrábamos en el ascensor y nos sonreíamos como si no pasara nada.

En los sucesivos sueños ella aparecía y decía muchas veces "en Caballito" y repetía un nombre que parecía francés, "Dupont", "Dupont".

Iba a dormir cada noche pensando si volvería a soñar con la vecina. Me preocupaban los sueños recurrentes en los que ella trataba de comunicarme algo que yo no lograba entender. No podía decir que fuera una pesadilla soñar con ella, porque era una mujer muy agradable y simpática, pero parecía como que detrás de ella había alguien o algo que le transmitía mensajes que no alcanzaba a interpretar.

Así fueron pasando los días y cada vez que nos encontrábamos en el ascensor, me producía una sensación extraña, porque si bien era amigable su conversación, no daba para decirle que soñaba con ella.

Con el tiempo empecé a ver también en Libia un cambio; no podría decir que se sintiera molesta con mi presencia, pero no era la actitud de los primeros días. Me daba la sensación como de querer acercarse y al mismo tiempo poner distancia.

En las noches siguientes los sueños se repetían con los mismos mensajes y al despertar trataba infructuosamente de recordar los detalles.

Muchas veces a la mañana mientras esperábamos el ascensor, nos encontrábamos con Graciela, que salía a la misma hora para ir al colegio. Invariablemente mientras caminábamos hacia la estación, Libia me decía, "¿Vio de qué manera rara nos mira esa chica?".

Yo también lo había notado y no podía descifrar su significado. Hacía un año que vivía en el departamento de al lado y nunca antes había notado esa mirada, aunque me parecía una chica rara.

Cada mañana reparaba en los mensajes que recibía en forma telegráfica y ya, realmente, lo veía como un hecho fuera de lo común. Sentía la tentación de contárselo a Libia, pero no me animaba, tenía miedo que pensara que me estaba tirando un lance.

Casi siempre en el viaje íbamos sentados en asientos distintos, ella bajaba en Barrancas de Belgrano, era profesora de inglés en un colegio de la zona, yo seguía a Retiro, donde tomaba un colectivo para ir al Hospital Argerich. Un día pudimos sentarnos los dos en el mismo asiento. Después de estar hablando de cosas intrascendentes, me dijo:

- Algún día me gustaría tratar un tema con usted.

- Por qué no hablarlo ahora - le dije.

- No, porque es largo de contar y no quisiera dejar el relato trunco -dijo Libia.

Como al otro día era sábado, la invité a desayunar en el café París frente a la estación a las nueve. No le propuse que viniera a mi departamento para no dar qué hablar a los vecinos.

Al día siguiente, llegué temprano al café, antes de entrar compré en el kiosko el diario. Era la primera vez que concurría y me pareció un lugar agradable para conversar. Elegí una mesa al lado de una ventana y me senté mirando hacia la barra, detrás de la misma, al lado de los estantes con botellas de bebidas, había un reloj grande de forma octogonal que marcaba las ocho y media. Para no estar mirando la hora me cambié de silla y quedé mirando hacia la puerta para verla entrar. Me entretuve mirando los parroquianos; en una mesa dos jugaban una partida de ajedrez, otro señor estaba enfrascado con su computadora portátil y no miraba a nadie. "La clientela de los sábados es distinta de la del resto de la semana", me dijo la camarera, "se encuentra gente que vive en edificios cercanos a pasar un rato acompañados". Mientras hacía estas observaciones, a la hora convenida, apareció Libia. Yo estaba con la expectativa de lo que me iba a decir, ella, seguramente, con la preocupación por lo que tenía que contarme.

Una vez que la camarera tomó el pedido, se relajó un poco y me dijo.

- Lindo café. Cuando usted me dijo el nombre recordé el viejo café francés de Mar del Plata.

- Lástima que ya no existe, por coincidencia, este también hace esquina con una diagonal -observé.

Apenas llegó el café, mientras lo revolvía lentamente, me dijo:

- No sé cómo empezar a contarle lo que quiero decirle.

Mi fantasía me llevó a pensar a que iba a escuchar una declaración de amor. Hizo una pausa y siguió:

- Pero es algo que me está preocupando y mucho.

- ¿Es tan importante? -interpelé con cierta ansiedad.

- Tanto, que hasta pensé en mudarme.

- Pero si hace sólo unos días que alquiló.

- Sí, pero tengo un problema que no sé cómo solucionar. Por eso me animé a contárselo.

- Bueno ¿por qué no empieza? Si es un problema tendrá alguna solución.

- Mire, desde que me mudé, sueño todos los días con usted.

Me sorprendí, pero dejé que siguiera hablando.

- Cada noche usted aparece en mis sueños y quiere contarme algo, pero no entiendo qué quiere decirme.

- ¿Qué recibe?

- Al principio, “escúcheme, escúcheme”. En otras noches decía “Rosario”, varias veces. No sabía si relacionarlo con la ciudad o con la virgen. Por las dudas empecé a rezar el rosario antes de dormirme. Los mensajes siguieron en los días siguientes.

A esa altura del relato, no pude contenerme y le dije:

- A mí me está pasando lo mismo. Desde que usted se mudó, todas las noches en el sueño, recibo sus mensajes, los que no entiendo. La primer noche fue “escúcheme”, después percibía la palabra “Caballito”, posteriormente un nombre, “Dupont”.

- Yo también recibí un nombre, “Anré” -interrumpió Libia.

- Anoche me dictaba un número: "500" -dije.

- Usted a mí también me decía: "20 F" -dijo ella.

- ¡Qué notable!, parecen las piezas de un rompecabezas – dije, y agregué-. No se angustie, contémonos cada día cómo siguen los sueños para ver si encontramos alguna explicación.

Seguimos charlando un rato, ya más aliviados por habernos sincerado.

Ella se fue primero y cuando iba a entrar en el edificio, se encontró con Graciela, que en forma imperiosa le dijo que quería hablar con los dos. Juntas vinieron al café donde yo me había quedado leyendo el diario.

Graciela mostraba gran ansiedad, apenas se sentó empezó a hablar.

- Necesito que me ayuden, mis padres no me hacen caso.

Le dijimos que se tranquilizara y nos contara su problema, y así empezó su relato:

- Antes de vivir aquí vivíamos en Palermo, en una de esas casas antiguas que tiene una larga galería vidriada y por fuera un patio paralelo a la misma. Una tarde de otoño que estaba sola en la casa, sentí una explosión, salí de la pieza para ver qué había pasado y vi en el patio, suspendida en el aire, una luz del tamaño de una pelota de tenis que permaneció un rato inmóvil y luego desapareció velozmente. Desde ese momento empecé a sentirme distinta, era como que la mente se me había aclarado, tenía premoniciones, desarrollé capacidad telepática y recibía mensajes que me exigían que todas las noches a las diez, me uniera a la cadena de oración.

- ¿Qué rezan? -preguntó Libia.

- Una oración que ellos me enseñaron. Unos días antes de que Libia se mudara, estaba sentada leyendo un libro y recibí un mensaje: tenía que ir a Caballito, a la calle Rosario al 500, a ver un señor Anré Dupont, que vivía en el vigésimo ‘F’.

Cruzamos una mirada de enorme sorpresa con Libia y le pregunté:

- ¿Qué papel jugamos nosotros?, Es que entre los dos soñamos con los datos que acabás de mencionar.

Graciela como si no hubiera escuchado mi observación prosiguió su relato.

- Les pedí a mis padres que me acompañaran, pero no quisieron hacerlo -y continuó-, por eso la noche que los ví conversando pensé que ustedes podían ayudarme.

Pensando que se trataba de un cuadro psiquiátrico le dije:

- Yo soy traumatólogo, no puedo ayudarla, mejor consulte al Dr. Gómez del primero ‘B’ que es psiquiatra.

- Anteriormente a esto, por otros problemas similares, mis padres me llevaron, pero él no pudo ayudarme.

- ¿Por qué, cree que nosotros podemos hacerlo?

- Les envié mensajes telepáticos para motivarlos, para que se decidan a acompañarme a ver a ese señor.

No salía de mi asombro, realmente era sorprendente que hubiera podido influir en el sueño de los dos.

Libia le dijo que si aceptábamos acompañarla, tendríamos que tener la autorización de sus padres.

- Ya me autorizaron a que vaya con ustedes -replicó inmediatamente ella.

Crucé con Libia una mirada de aprobación, la que observó.

-Igual tenemos que hablar con ellos.

Mientras Libia hablaba con los padres, fui a sacar el coche del estacionamiento. Constaté en la guía de calles que Rosario estaba en Caballito y pasé a buscarlas.

La primera sorpresa la recibimos al comprobar que la dirección existía. Le pregunté a Graciela si alguna vez había estado ahí y lo negó categóricamente. Como no respondía nadie tocamos el timbre del portero y recibimos la segunda sorpresa. Éste nos confirmó que esa persona había vivido ahí, que había fallecido el martes y el jueves habían venido, aparentemente familiares y habían hecho la mudanza y ahora el departamento estaba vacío. A pesar de nuestra insistencia no pudimos sacar más datos al portero.

A Graciela se le llenaron los ojos de lágrimas y dijo con voz entrecortada:

- Si mis padres me hubieran hecho caso, le hubiera salvado la vida.

Tanto Libia como yo quedamos confundidos y en ese estado emprendimos el regreso.

Cuando le contamos a los padres se quedaron apenados, pero dijeron que no sabían cómo proceder frente a situaciones parecidas. La habían llevado al psiquiatra y después de la segunda visita, se había negado a seguir concurriendo.

Me despedí de Libia y me fui con más preguntas que respuestas. Todo me parecía extraordinario: que tuviese con la vecina todas las noches sueños compartidos, las facultades de Graciela y la existencia de ese hombre de apellido francés.

Después de la siesta fui a buscar al Dr. Gómez para ir al club a jugar al tenis, como lo hacíamos todos los sábados. Cuando terminamos el partido, sentados en la confitería, le conté lo sucedido con Graciela. Me comentó que había venido una vez y le había narrado una larga lista de hechos sorprendentes que le habían sucedido a partir de haber visto aquella misteriosa luz.

- La cité para iniciar tratamiento. Cuando se fue, pensé cómo encarar el cuadro dado las características del mismo y se me ocurrió hacerle hipnosis, para que recordara el episodio de la luz. Cuando volvió, lo primero que me dijo fue: "me dijeron que no se le ocurra hacerme hipnosis". Me quedé sorprendido porque en ningún momento le había sugerido esa posibilidad ni a ella, ni a los padres. Desde ese momento ya no volvió.

- ¿Por qué se te había ocurrido hacerle hipnosis?

- Porque bajo hipnosis puedo hacer consciente recuerdos o hechos olvidados o no percibidos conscientemente. Realmente sentí no poder comenzar el tratamiento porque el caso había logrado interesarme.

Me despedí de Gómez sin poder entender qué sucedía con esa chica.

Me propuse firmemente ayudarla y así se lo transmití. Le planteé tener una reunión con sus padres en una fecha próxima que ella me confirmaría. Al no tener ninguna noticia, en varias oportunidades, toqué a la puerta de su departamento pero nadie contestó. Al preguntarle al portero me dijo, con su acostumbrada serenidad, “se mudaron ayer a la mañana”. Quedé como petrificado, yo había estado todo el día en casa y no sentí ningún indicio de movimiento en el departamento contiguo.

En los días siguientes, con Libia, seguimos comentando lo sucedido. En el viaje en tren nos contábamos los sueños, pero éstos habían vuelto a la normalidad.

De tanto contarnos los sueños iniciamos una relación íntima y ahora que me gustaría soñar con ella, sueño, como antes, con personas que no conozco.

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