El regreso

 

EL REGRESO

Eneas y John, habían abandonado sus países cuando la crisis del siglo XXI azotó Europa. Eneas era oriundo de Grecia y John de Irlanda, ambos con sus familias intentaron recomponer sus vidas en Estados Unidos. Los dos eran jóvenes y de fuerte contextura, de físico trabajado por una intensa vida deportiva. Pertenecientes en sus respectivos países a la clase media alta, de repente se vieron sumergidos en la pobreza. En su nuevo hábitat consiguieron trabajos precarios y para sobrevivir también trabajaban sus respectivas esposas.

Cada uno de ellos se enteró un día, que el gobierno hacía una selección especial para formar viajeros del espacio. Se solicitaba voluntarios, que durante el período de prueba recibirían una retribución, que les permitiría vivir sin trabajar. Diversas entrevistas y charlas informativas iban haciendo de filtro de los candidatos, era como un embudo que cada vez se estrechaba más. Al final de la primera fase, de los miles de candidatos que se habían anotado sólo quedaban menos de cien. ¿Por qué sucedía esto? Porque primero se les informaba que iban a hacer un viaje al espacio, estimado en diez días, pero no podían garantizar cien por ciento el regreso. Los que aceptaran recibirían al partir cinco millones de dólares, si la misión durara más de lo previsto la suma se duplicaría. Pero si no regresaban los familiares percibirían una indemnización de veinte millones dólares. Dada la situación desesperada en que muchos vivían, algunos como inmigrantes ilegales, siguieron participando de la selección, intentando superar las siguientes pruebas, a pesar que les habían informado que serían muy exigentes. Como resultado de ese proceso sólo quedaron veinte, que recibieron durante un año además del intenso entrenamiento físico, formación en matemática, estadística, astronomía, electrónica, informática, física y química. En esas clases John y Eneas establecieron amistad y se juramentaron en viajar juntos y ganarse la recompensa. Por lo que le habían informado, ellos serían los primeros hombres en salir del sistema solar. Después de años de investigación, se había logrado construir un vehículo espacial que podía viajar a una velocidad cercana a la de la luz. Que se impulsaría por la fuerza antigravitatoria y usaría la energía oscura del Universo en su viaje estelar. Se aprovecharía para acortar distancia los “agujeros de gusano” existentes en el Universo, que permitirían pasar a otros planos dimensionales. El primer objetivo sería la estrella Alfa de Centauro y su planeta. La misión consistía en transmitir registros fotográficos, determinar el grado de radiación y si fuera posible descender en el planeta para extraer muestras.

En la vida, el que siempre fue pobre tiene más habilidad para manejarse en su pobreza, que el que tuvo una buena situación y de repente pierde todo y para lo que sólo está capacitado, no hay oferta laboral, ese era el caso de John y Eneas. La caída en la pobreza los había apabullado y dada su situación socioeconómica anterior, sentían repugnancia en mendigar. Encontrar una salida de esa situación, aunque fuera una conducta temeraria los impulsaba a realizarla. En este caso se podría decir que había una actitud altruista, si ellos no llegaban a disfrutar del éxito, por lo menos sus familias serían beneficiadas. Cada uno tenía esposa y dos hijos, que padecían con resignación su mala situación económica y social.

Los dos se esmeraron en superar las difíciles pruebas a las que eran sometidos, a veces apretando los dientes para no desfallecer. Entrenaban juntos y siempre estaban muy atentos a lo que les indicaban. Llegó un día en que los congregaron en un salón para escuchar al director del programa. Éste habló sobre cosas que ya habían escuchado, de los años luz que estaba Alfa Centauro, que si bien todo estaba muy bien planificado, si algo salía mal podrían quedar errantes en el espacio, pero si regresaban habiendo logrado el objetivo, además de la recompensa, serían declarados ciudadanos ilustres de la nación. Si no lograban regresar además de la recompensa a la familia, seguro se levantaría en las ciudades estatuas considerándolos mártires del espacio. Había llegado el momento decisivo en que había que jugarse. Al finalizar el discurso el director preguntó quienes se ofrecían. Inmediatamente John y Eneas levantaron las manos después lo hizo tímidamente un tercero, pero el Director sin vacilar eligió a John y Eneas. Después vinieron los preparativos para el viaje, los amigos tuvieron que contarles a sus familiares la verdad, que existía una posibilidad de que no volvieran. Por supuesto ambos asistieron a una sentida despedida, ensombrecida por la posibilidad de no verse más.

Estaban compenetrados de todo lo que tenían que ir haciendo, lo habían ensayado lo suficiente como para desempeñarse eficientemente. Apenas salieron pudieron ver la Tierra alejarse rápidamente y la vieron pequeña, indefensa ante todas las posibilidades de agresión que pudiera sufrir por la cantidad de asteroides que circundándola, podrían en algún momento impactarla. Y ambos estuvieron de acuerdo, en ver que distraídos viven los humanos peleándose por zonceras, ignorando el peligro que los acecha. Cada seis horas llamaban a la base, pero algo les llamaba la atención, cada vez lo atendía un operador distinto y a veces era como que no entendía lo que habían dicho en la anterior comunicación. Cuando llegaron a Alfa, la orbitaron a prudencial distancia tal cual estaba previsto y aprovecharon la gravedad de la misma para salir impulsado tangencialmente y entrar a orbitar el planeta. Cuándo llamaron pidiendo autorización para descender, recibieron la extraña orden de volver. Seguía preocupando a los astronautas que en ningún momento hablara el director y siempre atendiera un técnico distinto que pidiera detalles adicionales en cada comunicación. Por otro lado, no entendían que se cancelara el descenso para obtener muestras, si eso era uno de los objetivos de la misión. Técnicamente todo funcionaba bien, tal cual había sido programado, no entendían que pasaba en la base. Pero ya que les ordenaban regresar, estaban ansiosos por encontrarse con sus respectivas familias. Pero de antuvión, una duda se les metió en la cabeza, dudar de la gente de la base. A John se le ocurrió pensar, que podrían haber entrado en un universo paralelo donde todo fuera parecido pero no igual. Eneas más pesimista, opinaba que probablemente una civilización desconocida los hubiera secuestrado y estaban dirigiendo la nave hacia el planeta de ellos. La idea de haber sido abducido los intranquilizaba. La voz de los operadores de la base ya les fastidiaba, como siempre era uno distinto, a veces había que repetirle las cosas o pedir aclaración. Otra cosa que los sorprendía, era que hubieran cambiado el lugar de descenso previamente establecido y dijeran que lo harían en el desierto de Nevada. Afortunadamente el descenso se hizo sin ningún inconveniente. Si venían teniendo dudas en el viaje, éstas se incrementaron al salir de la nave espacial. No veían el paisaje típico de desierto, por el contrario aparecían grandes espacios cultivados cubiertos por enormes campanas. A lo lejos se veía enormes edificios que parecían de cristal sin ventanas, que pretendían querer alcanzar el cielo. Los que los recibieron, corteses pero fríos, tenían una vestimenta rara, parecían cirujanos listos para operar y si bien hablaban americano, entre ellos usaban una serie de vocablos que John y Eneas no entendían. Los invitaron a subir a un vehículo de extraña construcción, no tenía ruedas ni orugas, cuando se puso en marcha lo hizo rápidamente y su andar era totalmente silencioso. John comentó a Eneas, debe deslizarse sobre un colchón magnético. A medida que se acercaban a la ciudad, los edificios se veían enormes pero separados entre si por extensos espacios verdes. El vehículo se detuvo en lo que podría llamarse la primera calle de la ciudad. Sobre la calzada se deslizaba una especie de cinta ancha y continua, cuando los guías se acercaron a un cuadrado marcado de azul, la cinta se detuvo. Fueron invitados a subir y cuando lo hicieron los guías, la cinta reanudó la marcha y se desplazaba a una velocidad mayor a la que les había parecido antes de subir. A medida que se desplazaban quedaban boquiabiertos con los enormes rascacielos que veían, el más bajo podría cuadruplicar la altura del Empire State Building, las bases calculaban que tendrían una milla cuadrada. Eneas preguntó cuanta gente albergaban esos edificios, uno de los guías llamado Jensen, les dijo que entre cincuenta y cien mil personas. Finalmente se detuvieron ante una torre, que parecía ser un instituto. Ingresaron a el y por rampas móviles interiores llegaron a un recinto donde les hicieron sacar toda la ropa y entregar todos los objetos que llevaban. Les extrajeron sangre, les hicieron orinar en un frasco y escupir en otro. Le ordenaron bañarse y esperar, ducha que disfrutaron después de tanto tiempo. Apareció luego otro individuo que les trajo una especie de túnica para vestirse y los hizo pasar a otro recinto. Se sentaron en sendas sillas ergonómicas y le explicó que esperaran ahí porque sus pertenencias y muestras tomadas fueron enviadas para control biológico y radioactivo. Que no se preocuparan porque no se demoraría mucho, entre tanto le sirvieron una especie de merienda, comieron y bebieron cosas desconocidas para ellos, pero no podían decir que fueran desagradables. Cuando quedaron solos volvió la discusión sobre el sitio en que estaban. Se volvió a considerar la hipótesis si habían caído en un universo paralelo o habían sido secuestrados por extraterrestres y estaban en otro planeta.

Cuando apareció otro individuo y dijo, “todo bien”, se sorprendieron por lo rápido que se realizaron los exámenes, pero ya era normal que a cada rato se sorprendieran de algo. El individuo los llevó a otra sala, donde les brindaron otra ropa, similares a las que el empleado llevaba puesta pero distintas de las que ellos estaban acostumbrados a usar. Cuando el hombre se fue, volvieron a discurrir sobre su situación. No entendían lo que pasaba y barajaban distintas hipótesis. De lo único que ellos estaban convencidos era que no estaban donde esperaban estar. Eneas seguía pensando que habían caído en otro planeta, que el secuestro lo habían ejecutado desde el principio, porque las cosas extrañas se sucedieron desde que dejaron la órbita terrestre. Pero el hecho de que hablaran el mismo idioma, aunque intercalando vocablos desconocidos, significaba un amplio conocimiento de los terrestres y sobre todo de los americanos. John por su parte, interpretaba que a través del “agujero de gusano del espacio” hubieran entrado en un universo paralelo, en ese caso sería difícil salir de esa dimensión. Lo más aconsejable sería estar alertas y estudiarlos a ellos. Pero ambos a cada rato no podían dejar de pensar en sus familias.

Cuando el grado de angustia alcanzaba su punto máximo, ingresó un individuo que se ofreció a llevarlos a otro lugar. Al salir del edificio entraron otra vez en la calzada móvil que los trasladó a otro enorme edificio, cuya base ellos calcularon que sería como de dos millas cuadradas y su altura imposible de calcular al carecer de ventanas. El interior era novedoso, con iluminación que parecía emitida por las paredes. John comentó a Eneas. ¡Que derroche de energía! El guía que si bien era lacónico, al escucharlo le explicó- hemos logrado la fusión atómica- Finalmente entraron a una especie de escenario, donde había varias sillas de extraño formato. En una de ellas estaba sentado un hombre, de estatura regular y vestido igual que ellos. El hombre que dijo llamarse Herbert se presentó como el omnidirector, cargo que John y Eneas desconocían. El hombre inició su conversación, felicitándolos por la misión cumplida. Cuando terminó su alocución les pidió que contaran sus experiencias, desde el principio. John tomó rápidamente la palabra y dijo que antes querían ver a sus familiares. Herbert dijo que no había ningún inconveniente. A un gesto suyo se corrió una especie de pared móvil y apareció un enorme teatro, colmado de una multitud que los aplaudía ruidosamente. Tanto John como Eneas miraban ansiosamente al público pero no visualizaban a sus familiares. Entonces, enérgicamente insistieron que querían ver a sus familias. Con un tono paternal Herbert dijo,”Esos son sus familiares”. Eneas fastidiado dijo, “No le creemos nada. Nos fuimos de nuestro país hace diez días, dejando nuestras familias. Ahora regresamos a un país extraño y con gente desconocida y quieren hacernos creer que son nuestras familias.-

Entonces Herbert adoptando un tono conciliador les dijo.

- Amigos, ustedes viajaron diez días a una velocidad cercana a la de la luz, para ustedes transcurrió ese tiempo, pero aquí pasaron quinientos años. Toda esa multitud que ustedes ven ahí, son vuestros descendientes.





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